martes, 31 de enero de 2012

LA TERCERA REVOLUCION INDUSTRIAL- PRIMERA PARTE

LA TERCERA OLA QUE SACUDIO EL MUNDO

Durante las décadas de los años 50s, 60s y 70s del siglo actual, los avances científicos y tecnológicos no cesaron en ningún momento de realizarse. Aunque, claro está, la mayor parte de esos progresos no se difundieron, a la espera del detonante que presionara al sector productivo para asimilarlos en su funcionamiento. Ese detonante se activó en 1973, a partir del shock petrolífero generado por el alza violenta del combustible, realizada por la Organización de los Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que se hallaba bajo el control de los países enfrentados por entonces en guerra contra Israel, apoyado por los Estados Unidos y las potencias europeas, a todos los que se propusieron castigar con esa medida los productores de petróleo. En esta perspectiva, los precios del barril de crudo evolucionaron hacia el alza, como se desprende de la serie que va en seguida:
1973 ...... US$ 5,8 el barril
1974 ...... US$ 12,8 el barril
1978 ...... US$ 13,1 el barril
1979 ...... US$ 27,4 el barril
1980 ...... US$ 35,2 el barril

Como se ve en la serie anterior, en 1974 el precio del crudo se había más que duplicado con referencia al que tenía el año anterior, y un lustro después (en 1979), la cotización del barril pasó a los 27,4 dólares para alcanzar la cifra récord de 35,2 dólares el año 1980. Dado que la tecnología que se desarrolló en el curso de la Segunda Revolución Industrial, y que era la que se empleaba en la década de los 70s, se fundaba en el empleo del petróleo barato (y en la industria pesada venida del siglo pasado), un incremento de precios tan grande como el habido en el crudo tenía que generar, como efectivamente generó, una conmoción gigantesca, lo que obligó a las potencias industriales a reorientar toda su tecnología, haciendo que ella tuviera estas tres particularidades distintivas:

1. En primer lugar, la nueva tecnología debería emplear la menor energía posible, así como también un mínimo de mano de obra.
2. En segundo lugar, debería ser una tecnología de muy amplia incidencia en todos los aspectos de la vida individual y colectiva; y
3. En tercer lugar, debería ser una tecnología que, teniendo una elevada productividad, emplee menos materias primas valiosas o tradicionales que sus precedentes.

Tres grupos tecnológicos satisfacen plenamente las anteriores particularidades impuestas por la nueva situación; estos 3 grupos son: la robótica, la ingeniería genética (o bioingeniería) y las telecomunicaciones. En el centro de la robótica y las telecomunicaciones se encuentra la tecnología de los ordenadores que son la nueva forma de operar el trabajo industrial, con el intenso empleo de la electrónica. La química tradicional, basada en el petróleo, fue reemplazada en la nueva perspectiva por la biología fundada en la genética, que emplea microorganismos en la producción de artículos químicos, farmacéuticos y textiles. Pero veamos la forma en que evolucionaron en el mundo los tres grupos tecnológicos apuntados.


1) La Robótica 
El primer robot industrial fue construido en 1961 por Joseph Engleberger (EE.UU.) quien acopló a un ordenador brazos mecánicos articulados, con lo que tuvo el primer robot al que se le conoce como el "unimate". En los años sucesivos se fue mejorando el modelo inicial, de manera que cuando en los primeros años de la década de los 70s progresó enormemente la microelectrónica, el costo de los robots bajó substantivamente, lo que fue percibido tempranamente por la industria automotriz japonesa, que desde 1970 empezó a utilizar en sus plantas de montaje estos nuevos aportes al proceso productivo (a poco, la siderometalurgia también generalizaría el uso de los robots industriales perfeccionados). Como es sabido, los robots no sólo resultan mucho más baratos que la mano de obra humana, sino que no cometen errores y pueden trabajar sin interrupciones, sin requerir calefacción, ni luz, ni tiempo especial por razones de fatiga, (pues ellos pueden corregir sus propios defectos o arreglar sus sistemas, si sufren algún daño eventual).
El ritmo tan intenso en que la industria japonesa se robotizó, se tradujo en el aumento de la velocidad de penetración del automóvil nipón en los mercados norteamericanos y europeos, con el correlativo retroceso de la producción local: mientras en 1978 los EE.UU. fabri-caron 13 millones de unidades de coches, dos años después, en 1980 tal cifra descendió a los 8 millones y en 1982 ellos montaron únicamente los 5 millones; esto significó no solamente que muchos de los mercados de exportación los habían perdido, sino lo que es aún peor: había ocurrido que ese año de 1982, el 27 por ciento del mercado interno de los EE.UU. era ya cubierto por los coches japoneses; dado que, al paso en que se iba, los Estados Unidos habrían presenciado la quiebra total de su enorme industria automovilística, el propio presidente del país norteño viajó a la capital japonesa para pedir (y lograr) que los mismos productores nipones frenaran sus exportaciones destinadas a la potencia norteña, bastante herida comercial y económicamente. Pero no solamente norteamérica sufrió la agresividad comercial asiática; también Europa vio invadidos sus predios por los coches japoneses, que en 1982 cubrían el 10 por ciento de la demanda automotriz alema-na. Asimismo, Inglaterra perdió el 30 por ciento de su mercado interno de automotrices, proporción que también correspondió a Bélgica. Este cuadro sólo tuvo una excepción: Francia, que protegió enérgicamente su mercado interno, sin que para ello le importara violar abiertamente acuerdos y tratados vigentes; para los gobernantes galos, antes que todos los acuerdos y convenios internacionales está la defensa de su economía propia. Es de advertir que, paralelamente con ese enérgico proteccionismo, Francia tomó medidas para impulsar su política de modernización y de innovaciones tecnológicas.
Es claro que la conmoción provocada por el Japón en todo el mundo, aquél histórico año de 1982, dio comienzo a una verdadera guerra por la robótica en las esferas en que se mueven los países más poderosos: el año de 1980 el Japón produjo 3,000 robots, mientras EE.UU. sólo llegó a poner en el mercado 1,300; años después, en 1985 el país asiático sobrepasó los 30,000 robots producidos, en tanto que los norteamericanos apenas se aproximaron a las 6,000 unidades. Dado que las proyecciones indicaban que, hacia 1990, Japón tendría una producción de 60,000 robots industriales al tiempo que EE.UU. únicamente alcanzaría unos 22,000 de dichos aparatos, las más gigan-tescas corporaciones norteaméricanas se han puesto a diseñar planos secretos para perfeccionar los robots hoy existentes y aumentar substantivamente su producción: la IBM tiene ya un robot con dedos que pueden palpar y agarrar objetos; a su vez, la General Motors cuenta con un robot que puede pintar un automóvil en un tiempo relativamente pequeño; la Westinghouse ha montado un gran centro productor de robots, lo mismo ha hecho la Bendix; la United Technologics ha inventado un robot soldador altamente sofisticado. Frente a esas medidas norteamericanas, la Fujitsu Fanuc del Japón está ampliando sustantivamente sus plantas dedicadas a la fabricación de robots mucho mejores que los actuales, al tiempo que la Kawasaji Heavy Industries ha construido una enorme planta de 76 millones de dólares que, de hecho, es la más enorme fábrica productora de robots del mundo entero. En la carrera robótica participan también las potencias europeas, que exhiben en su haber el mérito de contar con los aparatos más avanzados del universo: la empresa sueca Asea produce el más notable robot del mundo, el que hace soldaduría por arco (de hecho, su similar japonés no es sino una copia del modelo original sueco); las empresas alemanas Kuka Mann, Volkswagen y Daimler-Benz también fabrican robots soldadores; el robot italiano Allegro es uno de los más destacados en el montaje automotriz, conjuntamente con el Sigma producido por la Olivetti también italiana, la Federación Rusa, de su lado, se encuentra empeñada en superar el retraso relativo que muestran sus industrias dedicadas a la microelectrónica y a los ordenadores (que vienen a constituir el corazón mismo de la robótica), para lo que ha tomado enérgicas medidas orientadas a la aceleración del adelanto de las ramas que se dedican a este tipo de productos de la tecnología actual.

FIN DE LA PRIMERA PARTE

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